En nuestra más reciente ruta literaria, Fundadores, recorrimos el conjunto escultórico ubicado en el Parque Lineal Cuatro Siglos. Para el recorrido, decidimos presentar los eventos históricos según su orden cronológico: reconocimiento (Alvar Núñez Cabeza de Vaca), toma de posesión y evangelización, yendo en contra del acomodo aleatorio (¡no en línea recta!) de cada cuadrante. La estatua ecuestre de Juan de Oñate, realizada en bronce con basamento de mampostería cubierta de piedra de cantera, se inauguró hace casi 20 años, el 21 de septiembre de 2000 por el gobernador del Estado (Patricio Martínez García del PRI), el presidente municipal (Gustavo Elizondo Aguilar del PAN) y autoridades eclesiásticas. La obra fue hecha por Georgina Farías “Gogy”, más reconocida por Los indomables del Chamizal en Av. las Américas, a partir del diseño del artista paseño, José Cisneros, quien dibuja al jinete, no con estandarte ni en posición de alerta, sino con vara de mando y acompañado por un indígena. La ausencia del “otro” y la actitud del caballo quizá sean aspectos menores, pero veremos cómo estos cambios iconográficos expresan la imagen de un pasado con cuentas por saldar.

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Don Juan de Oñate, un nuevo rico nacido en 1550 en Zacatecas, en donde su padre –castellano viejo venido a menos– acuñó una inesperada fortuna tras descubrir minas de plata, con lo que pudo acceder a la vida nobiliaria y así, heredarla. Los conquistadores de finales del siglo XVI, los últimos de su estirpe, se empecinaban con las instrucciones de sus informantes nativos –también llamados nahuatlatos o indios de paz–, quienes les transmitieron la memoria oral y mítica de sus pueblos. Por su parte, los adelantados, título otorgado al general al frente de una expedición por tierras ignotas, buscaban no solo oro, sino también fama en nombre de la cruz y el hábito evangelizador. Imagino el instinto o astucia indígena colmándoles la imaginación con suntuosos bienes y destellantes ciudades localizadas siempre unas jornadas más al norte… aquí nomás tras lomita. Tanto creyó Oñate en los antiguos mitos, que se casó con una noble descendiente de importantes linajes: Isabel de Tolosa Cortés de Moctezuma –biznieta del desventurado tlatoani quien recibió a los españoles y nieta del mismísimo Hernán Cortés–. Cuentan los sabios que las tribus que salieron de las siete cuevas, ubicadas justo en las imprecisas coordenadas de Aztlán-Chicomoztoc, se separaron y siguieron distintos caminos. Tiene sentido que si unos, en dirección austral, liderados por Tenoch bajo el amparo de Huitzilopochtli, fundaron la capital mexica en el Valle de Anáhuac (el contaminado DF), entonces otros, rumbo al norte, tuvieron que fundar un Nuevo México (a un costado de Texas).

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Toda la travesía fue registrada no en una carta que detallara los pormenores de la entrada, ni en una larga crónica o relación, sino en versos endecasílabos, es decir en un poema y, en particular, en uno muy largo, dividido en dos partes y 34 cantos: Historia de la Nueva México, publicada en Madrid en 1609. Su autor, el poblano Gaspar Pérez de Villagrá, escogió la épica para dar testimonio –porque además participó como capitán– de la expedición que partió desde Durango en 1598 y llegó hasta Santa Fe, en Nuevo México, inaugurando, la famosa ruta que se llamó posteriormente Camino Real de Tierra Dentro. La selección del género –la épica– no es gratuita. Las grandes epopeyas (la Ilíada, la Odisea, la Eneida) guardan hazañas y espectaculares batallas protagonizadas por héroes sin par. Tanto Oñate como Pérez de Villagrá enfrentaban, por ese entonces, procesos judiciales debido a crímenes cometidos contra hispanos desertores, en el caso del poeta, y contra la población nativa de Nuevo México, por parte del adelantado. Qué mejor género para ensalzar la figura del general y la de su capitán que el de la épica. Con ese modelo compositivo de fondo, el escritor diseñó a su héroe. No obstante, el género también precisa de un enemigo a quien derrotar, y, lamentablemente, esto último no pertenece solo a la ficción.

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Otro motivo dilecto de la épica se concentra en el viaje y todos los padecimientos para alcanzar un destino, habiendo vencido contrariedades y sorteado accidentes geográficos e inclemencias climáticas. Uno de los pasajes más llamativos de la Historia de la Nueva México resulta ejemplar para nuestro proyecto de GeoPoética chihuahuense. Me refiero al sufrido descubrimiento del caudaloso –ahora ya no tanto– Río del Norte, perteneciente al Canto 14 de la primera parte:

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Ese “Señor”, a quien va dirigida toda la obra, es, Felipe III, rey de España, quien tuvo que haber disfrutado de estos versos, ya que tanto Oñate como Pérez de Villagrá salieron bien librados de los cargos en su contra. Sin duda, Oñate fue un visionario; empeñó todo su capital y fuerza; quemó las naves (por así decirlo) para establecerse en Nuevo México, del que fue primer gobernador. Jamás encontró los poblados que buscaba. Las siete ciudades de oro, entre ellas Cíbola y Quivira, no eran más que un espejismo, el sueño americano forjado desde entonces. Fue Oñate quien tomó posesión de estas tierras y celebró misa por vez primera en Paso del Norte, así como también una obra de teatro, un auto sacramental. Pero también hay que recordarlo como un “héroe” funesto, aciago, falso “PACIFICADOR” de una guerra que él mismo inventó. La batalla de Acoma inició con una escaramuza en la que perdieron la vida unos cuantos españoles, su sobrino entre ellos. En represalia, Oñate puso sitio al pueblo, que resistió menos de una semana. Según los hispanos, Acoma ya había jurado lealtad a la corona, así que el castigo no fue contra una nación enemiga, sino contra súbditos traidores, sediciosos; se habla de 800 indígenas muertos (500 eran guerreros), más otro medio millón capturado; a los niños se les separó de sus familias, quedando al cuidado de los franciscanos, pero a los jóvenes y a los prisioneros “rebeldes” se les cercenó el pie derecho de un tajo. Mutilación como forma de escarmiento, versos en litigo, literatura como absolución. Opino que, para recordar y conmemorar la historia, a la escultura de Juan de Oñate le falta la compañía de alguien de Acoma, o, en su defecto, le sobra todo un pie.

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Urani Montiel