Segunda parte de la reseña de la novela De Obregón… El Recreo (2012) de Mauricio Rodríguez
13. La vida melodramática, arrastra el sinsabor del cliché, pero conserva matices distintivos. Y la vida de Zerk los tiene en buena medida destacados: la novela inicia con el divorcio del protagonista, su reajuste emocional (‘me fragmentaba en la noche llamada something else’), las primeras andanzas de libertad (condicionada al dolor): “hace tres semanas la calle es mi refugio. No he conseguido dormir como cuando estaba al lado de ella, quiero decir, hace tiempo que no cojo”. El poeta va hilando las emociones encontradas en su vagar nocturno-citadino: “En estos días la poesía en mí se resume a meros destellos. Me refugio en las calles porque no hay duda de que si algo hermoso tiene la Ciudad del Crimen, es su horroroso primer cuadro”. Zerk habla de ese otro espacio (opuesto al artificioso lugar ameno de El Recreo) donde encontrará amistades efímeras, conversaciones con personajes excéntricos, relaciones con nuevas amigas, con prostitutas de la calle La Paz. Encontrará sobre todo anécdotas que irán integrando a su narrativa en proceso de llegar a ser novela (la que estamos leyendo y comentando). Escribir del melodrama no es escapar de él, es darle solo el matiz de ser materia poetizable.
14. Los amoríos, según Zerk, deberían iniciarse o acabar en moteles de paso. La sensualidad es una descripción brevísima de maratones sexuales. La sucesión de acostones son, al fin de cuentas, cuerpos mal dibujados de mujeres similares. Zerk renuncia a la descripción minuciosa de las cualidades de aquel manojo de aventuras moteleras. Baste decir que una chica llamada Mina (por ejemplo) “le gustaba que la llamara mi puta, mi perra, en las noches interminables de sexo, pero una noche se fue de mi vida, como muchas otras se han ido”. O los acostones con Bátiz que también, un día, ella se despide: “solo fueron unos segundos, intercambio de miradas, un apretón de manos en el que se marcó un adiós, premeditado y luego volver al mundo que cada uno había decidido para sí”.
15. La novela es rica en anécdotas, tanto que algunos han confundido la novela con una serie de relatos. Anoto como ejemplo, un par de estas breves historias: A) La anécdota de los Eternos Sospechosos: “Una camioneta de la policía se detiene para investigar a dos cholos cuyo único delito fue tener tatuado el barrio en el cuello. Los revisan, primero de vista, luego inspeccionan entre sus ropas y les piden sus papeles para transitar por la calle que ya no les pertenece. No encuentran nada. Me observan. Me siento un criminal sin delito”. B) El extraordinario capítulo de los Merolicos, que es uno de los más entretenidos de la obra. Se trata más que del evento narrado, la manera cómo Mauricio lleva a la escritura el lenguaje oral, las expresiones de los pícaros de oficio que entretienen con gestos y voces a la gente para sacarle algunos billetes o (si se pudiera) alguna cartera: “Mira, acércate, no estamos aquí para pedir, estamos para dar querido público”.
16. Felizmente los logros poéticos abarcan capítulos enteros, además de refugiarse en pequeñas frases incrustadas en la narrativa general. Por ejemplo, hay un momento donde Zerk se mira al espejo (de su casa) y dice o piensa: “al llegar al baño con una estupenda cruda, me doy cuenta que el hombre al utilizar el rastrillo limpia las heridas de los días, esas que va dejando el desengaño. Afuera llueve a cántaros”. Su poesía habita también, la hostilidad de las circunstancias.
17. Fuera y dentro, las calles de Ciudad Juárez o El Recreo no son solo escenarios, sino personajes de múltiples voces. El Espejo de la cantina, el cuadro histórico de la ciudad, llega a representar, como la fila de mujeres sexuadas, suciedad, ebriedad, purgatorio de seres errantes: “por esta calle habitan también una gran cantidad de catarrines trasnochados, amigos todos, guerreros de 24 horas, que por lo general se quedan dormidos donde les da su chingada gana, ahí nomás se tiran y en cuanto despiertan le dan un entre a su botellita de alcohol de caña. Poco les importa el orín o la mierda que se las ha escapado”. La ciudad es una cantina, el ágora de los Miserables, refugio de los sobre-jodidos, casi seres humanos (los une al parecer, la boca de una botella), amigos, etílicos, como los borrachines de El Recreo (aunque estos tienen la mesura de la civilidad, la limpieza y el título de poetas clasemedieros y además se bañan a diario). Afuera domina una atmósfera de angustias a punto de estallas; adentro, en El Recreo, un (falso) oasis que comienza con ‘deme una cerveza’ y termina con el consabido grito parroquiano: ‘¡Ya no le sirvan!’. Fuera de El Recreo todo es enumeración de la miseria; dentro de El Recreo lo conversado acaba en terapia colectiva de consolación que se sabe atrapada en un mundo alterno de fatalidades.
18. Zerk, aquel joven desempacado de Torreón, Coahuila, se transforma en el Poeta Divorciado, el solitario disponible, el que ayer odiaba la ciudad y ahora se deja querer por la parte que ella le brinda: “dándole la vuelta al sector viejo de la ciudad me encuentro por la calle La Paz, donde se vende lo mismo frutas de temporada a grito pelón y en bolsa de plástico, que unos apestosos y tan poco salubres como suculentos tacos de hígado, excepcionales para apaciguar la tripa en tiempos de carestía”. en unos cuantos meses, Zerk conocerá a fondo a la ciudad odiada. Será parte de ella, de su pintoresquismo que huele a sexo, a vómitos y otros desechos. Ciudad en la que solo falta el estallido de una bomba exterminadora (cf. Diego Ordaz, Permutaciones para el estertor del mundo, 2017) o la carrera de zombis en búsqueda del buffet escondido (cf. Juan Carlos Esquivel, ‘La frontera de los muertos vivientes’, en Arenas Blancas 12, primavera 2013).
19. Zerk es el periodista que no pocas veces tiene momentos de gran lucidez profesional. Por ejemplo, cuando reflexiona sobre el papel del periodismo como insensibilizador, dice: “Escribo las historias de otros y me desgasto como una consecuencia, despacio. En una nota periodística siempre falta espacio para contar todas las emociones”, “peor aún, las estructuras informativas impiden por lo general el uso de emociones, todo se resume al hecho”. “Intuyo que esta desensibilización de alguna manera ha afectado al comportamiento del lector, que ya poco le importa si una persona muere o se saca la lotería”. Por ello, Zerk prefiere el oficio de la narrativa cultural, la entrevista que se convertirá en crónica mitificadora de vidas sin importancia. Los entrevistados tienen sueños, palabras que son enumeraciones de una escalada de fracasos. Los entrevistados son losers que habitan los espacios paupérrimos de la vida nocturna juarense o los oficios impuestos a destiempo.
20. De Obregón…El Recreo es el cansancio existencial de un joven que Zerk traduce en una narrativa de conjuntos fragmentados dramáticos, amargos. Es necesario escapar, salir en búsqueda de la ciudad deseada: Obregón. Allí está la promesa del amor (Mina). Pero la huida no ocurre. La pasividad del personaje se convierte en un caso de claustrofobia recurrente. Vivirá en un estado de aguda auto-crítica y de un constante amor-odio hacia la ciudad que no acaba de ser xenofóbica, y loser ella misma: “esta ciudad es la más tranquila del mundo. Lo digo en serio, a pesar de que diariamente la muerte se da sus buenos danzones en las casas, nadie se mueve, todos quietos, quietecitos esperan como vacas sagradas a que la pelona los visite”. El empleo de la ironía profunda es convicción aguda de la desesperanza que habita (que lo habita) en sus conclusiones más pesimistas y justas de la realidad juarense. Después de todo, tal es el estado emocional de miles de juarenses que habitan ‘la hermosa Ciudad del Crimen’.
21. Mauricio Rodríguez en esta novela retoma la herencia de la prosa poética francesa (siglo XIX), la crónica a la manera Poniatowska y la influencia de la escritura local que exalta la magia del antro idealizado (desde la narrativa iniciática de Rosario Sanmiguel, hasta los poemas etílicos de Miguel Ángel Chávez y toda la poesía local que sigue los pasos del abuelo Kerouac y del abuelo Bukowski).
22. Soy optimista cuando se trata de la literatura juarense (debilidad identitaria, fetichismo provinciano): la literatura local goza de buena salud, aunque ciertos imaginarios solitarios (opuestos, si así se quiere, a los imaginarios colectivos de la sociología) continúen con personajes estancados en un círculo vicioso que van del placer etílico a la abulia de la santa cruda, de la primera chela al último trago sangre (el nivel del hartazgo será, sin duda alguna, el tamaño del apocalipsis concebido, consabido).
23. Cuando Mauricio Rodríguez publicó esta novela tenía 37 años. Hoy tiene 45, el doble de edad de lxs nuevxs escritorxs que han encontrado el tema del género como idea esperanzadora de (al menos) una nueva visión de las relaciones humanas. También en este renglón soy optimista y autocrítico: no analicé, por ejemplo, el anclaje (o el repertorio) machista del personaje Zerk: sus reclamos unilaterales a la ex pareja, su recuento aparentemente discreto de acostones sin más efecto que la enumeración abúlica, el uso del aparato narrativo como un motivo confesional para autogenerar un discurso de víctima de las ingratas (aclaro que jamás aceptaría como índice de valor a un manual novelado de buena conducta feminista, pero sí el acercamiento explícito a esta sensibilidad que es ya una re-educación sentimental, una re-difinición de los términos de relaciones humanas). No existe en la narrativa de Mauricio una misoginia como ocurre en ciertos poetas juarenses de mediados de los 80, pero sí hay continuidad de la perspectiva que se finge exenta a los avatares de la victimización de género (no así de la victimización xenofóbica que Mauricio-Zerk muy bien describe). Esperemos en sus próximas novelas una transformación emocional de Zerk, el Montecristo.
José Manuel García-García
Profesor Emérito, NMSU