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Miguel Ángel Chávez Díaz de León nació en estas tierras en 1962. Policía de Ciudad Juárez (2012) es su primera incursión en la novela. La trama es simple (quizá demasiado): Pablo Faraón, el Pablote, un policía destituido de las calles y la acción, es el Comandante Amarillo de la Brigada Listón —eficaz en su trabajo de colocar antes que nadie la Cinta Amarilla—. Por otra parte Ruth, su pareja, es una mujer a quien la violencia le arrebató a su esposo y a su hija de cinco años. Luego del boom de la violencia en Ciudad Juárez, Pablo Faraón tendrá la desdicha de encontrarse en medio del fuego cruzado entre dos cárteles quienes deciden declararse la guerra, dejando a una ciudad desangrada y desesperanzada gracias a la presencia de la muerte y el miedo. Y solo Faraón tendrá la oportunidad de lograr un armisticio y quizá traer paz a la ciudad. La violencia expuesta en la novela es sin duda caricaturizada: incluso el narrador, para hiperbolizar sus comparaciones, hace analogías con las películas de Quentin Tarantino y Tomy y Daly.

Así los pasajes de violencia, que son bastantes, también caricaturizan los espacios. Un ejemplo es sin duda el clímax de la novela donde luego de decidir escapar de Ciudad Juárez y renunciar a la policía, Pablo y Ruth escuchan el quejido de las sirenas desde el hotel Fiesta Inn. Rápidamente se movilizan y presencian el horror: “En menos de cinco minutos nos acercamos. Ambulancias, unidades de la Policía Federal y del Ejército impedían el paso, media docena de vans del SEMEFO y dos camiones de bomberos completaban la escena dantesca. El Recreo ardía” (144). El Recreo, punto de reunión que a lo largo de Policía de Ciudad Juárez se expone como un lugar pequeño y agradable, arde por la noche: pasa de ser un lugar ameno a ser un espacio violentado por las circunstancias de la ciudad. La escena se presenta como dantesca, donde el lugar en llamas es contaminado con la presencia del ruido policiaco, por el olor de los cuerpos “chamuscados” y por la eliminación total de aquellos que festejaban. Nadie de los que yacían dentro sobrevive. Un atentado con bombas y explosiones busca a toda costa erradicar al líder del cártel enemigo, el Atoto, quien escapó porque quería ir al baño, en contraste con Vincent Vega en Pulp Fiction quien no escapa por haber ido. El bar de inmediato se transforma en “un lugar ausente”: “Aquello no era el Recreo, mi cantina favorita, solo la pared de la contra barra estaba de pie. Mesas, sillas y cuerpos chamuscados estaban regados entre escombros, las llamas y el humo” (145). El Recreo se reinterpreta y su despojo es ahora una pared que sobrevive entre el humo y las llamas. Los muertos también se reinterpretan: de seres humanos pasan a ser cifras: “53 muertos y contando” (144). Los lugares dejan de ser espacios y las personas se deshumanizan.

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Fundado en 1920, El Recreo fue de las pocas cantinas que soportaron la desolación en los años de la violencia en la ciudad; en la novela de Miguel Ángel Chávez, el narrador insiste en lo último. Ubicado en el cruce de 16 de septiembre y Francisco I. Madero, frente a la casa del Pablote, es un lugar que nace y vive de la leyenda y la Historia de la ciudad. Efigie de la bohemia y la poesía, la buena plática y el alcohol, se ha vuelto un espacio digno de culto en donde es común ver a pintores, periodistas, escritores, poetas y músicos: aquí bebieron Miguel Ángel Chávez y Joaquín Cosío, Susana Chávez y recientemente la banda de rock Tetas Lazzer. Sus mandamientos son inapelables. No hay mujeres detrás de la barra. Mariachi, rock, jazz, blues, Tin-Tan suelen escucharse en la Rockola más vieja de Juárez. Nunca se cierra después de la medianoche. Por fortuna, tampoco arde durante la madrugada.

Antonio Rubio